miércoles, 13 de febrero de 2013

DOMINGO 10 DE FEBRERO, 2013

              Una vez que la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios, estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Aquellas gentes se agolpan en la pequeña ensenada del lago porque sólo las palabras que salen de la boca de Jesús calman su sed de Dios. Ojalá yo también Jesús, me espabile cada día para buscar un buen lugar donde escuchar tu Palabra. Hoy te ofrezco la barca de mi vida, para que  subas y estés cómodo y nos hables de tu Padre y del Reino de Dios y de la Vida junto a Tí.

             Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”. Respondió Simón y dijo:”Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Jesús está preparando a Simón para“pescador de hombres”, es decir, apóstol, enviado como Él para anunciar y ofrecer la salvación a todos. Primero le pide su barca para poder hablar a la multitud. Después le da una orden que se ha convertido en el lema del tercer milenio para toda la Iglesia: “Duc in altum”, entrad en el mar del mundo sin miedo, lanzad las redes, sed emprendedores, audaces.  Simón era un profesional y sabía que aquel no era ni el lugar ni la hora para pescar;  además,  ellos habían estado faenando por la noche en los lugares adecuados y no había cogido nada. Pero Simón cree que Jesús es Señor del mar y de los peces, y por eso, porque se fía más de Él que de su experiencia: obedece.
             Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. Y es que es estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían cogido. Simón ve en este suceso una manifestación del poder de Dios, y experimenta un estupor, un “asombro”, un profundo estremecimiento interior. Es la misma impresión que  describe Isaías en la primera lectura cuando ve al Señor sentado sobre un trono alto y excelso y serafines en pie junto a él diciendo Santo, santo, santo, y que temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz. Yo dije: -“¡Hay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”. Este santo temor ante la cercanía de Dios prepara a Isaías, como a Simón, para responder a la llamada de Dios con una disponibilidad total. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: -“¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”. Contesté: “aquí estoy, mándame”.

           Jesús dijo a Simón: -“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Simón se dará cuenta enseguida que el único Pescador de hombres es Jesús. De Pedro se espera que sea instrumento humilde y generoso en manos de Jesús,  el único que puede de verdad sacar a los peces humanos del pecado para llevarlos a la Vida eterna. Así lo explica San Pablo cuando recuerda a los cristianos de Corinto el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis,  en el que además estáis fundados, y que os está salvando. (…) Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.
          En nuestro bautismo, todos los cristianos hemos recibido la llamada a anunciar a Jesucristo vivo y resucitado a nuestros familiares y amigos. Jesús, danos la audacia de Pedro, la entrega de Pablo y el amor de Juan. Haznos buenos anzuelos para tu pesca.

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